La presunta falta de conciencia y compromiso político de los jóvenes mexicanos nuevamente quedó en entredicho ayer, cuando más de 10 mil respondieron al llamado para asistir al Festival de las Resistencias, organizado en apoyo moral y económico de distintos movimientos sociales en el país.
El festival, realizado en el deportivo Villa Coapa, del Sindicato Mexicano de Electricistas, fue una toma de posición convocada por grupos musicales, colectivos artísticos y movimientos sociales, de manera absolutamente independiente y autogestiva. No metió las manos ninguna instancia de gobierno, ni empresa privada, ni partido político. Pura ciudadanía.
Entre las demandas sociales de las que se hicieron eco los organizadores del festival destacaron: libertad a los presos políticos de Atenco; defensa de la fuente de empleo de los trabajadores de la extinta Luz y Fuerza del Centro; alto a la represión contra Radio Nomdaa y todas las radios indígenas libres y comunitarias que son acosadas.
Exigieron frenar la persecución de organizaciones sociales y defensores de derechos humanos, la criminalización de los movimientos sociales en México, los embates contra la policía comunitaria de Guerrero, la construcción de la presa La Parota –que sigue latente aunque instancias oficiales dicen que ya fue cancelada– y el asedio militar y paramilitar contra las comunidades zapatistas de Chiapas.
A la una de la tarde, una hora después de iniciado el festival, aún cabía la duda. ¿Se llenará la cancha de futbol dispuesta para el acto? Pronto se disipó. A las cinco de la tarde casi, a pesar de los rigores del sol, se había cumplido la expectativa de los organizadores: reunir a 10 mil personas. Al anochecer la cumplieron y rebasaron con 400.
Las prioridades generales de todos eran pasarla a toda madre, divertirse y dejar claro que el acto era político, una respuesta a la debacle nacional que incluye al gobierno corrupto, la iniciativa privada depredadora del medio ambiente y los partidos políticos.
La reunión fue fraterna y pluricultural: codo a codo, cuerpo a cuerpo, convivieron los hermanos indígenas, los hermanos punketos, los hermanos rastas, los hermanos mineros de Pasta de Conchos, los hermanos darks, los hermanos campesinos, los hermanos electricistas, los hermanos músicos, cantantes, etcétera.
Mientras 120 grafiteros, estencileros y pintores trabajaban en murales efímeros sobre manta, papel y cartón, las bandas empezaron a circular por el escenario: Rastrillos, Moyenei, El Gran Silencio, Nana Pancha, Sekta Core, Los de Abajo, Maldita Vecindad, Panteón Rococó, Aterciopelados, Rubén (vocalista de Café Tacuba), Boquifloja (hip hop), Roco.
En un momento eran tantos los chavos y tanta su enjundia bailadora que un sismógrafo en el lugar habría detectado un fuerte movimiento trepidatorio. No es exageración.
Con el slam se levantó la polvareda, que se revolvió con los aromas de María Juana que se dispersaban por aquí y por allá. A las ocho de la noche varios grupos musicales, organizaciones y líderes sociales participantes subieron al escenario para repartirse la lectura de una declaración política, subrayando las razones del festival:
“Somos miles, junto a los dignos pueblos indígenas en resistencia, junto a los trabajadores y campesinos”; “estamos aquí porque los señores del dinero y del poder, desde Colombia hasta Tijuana, desde Granada hasta Zimbabue, hacen sufrir a la madre Tierra”; “Banda, raza, carnales, chavos, brothers, los movimientos y organizaciones indígenas, campesinas, urbanas, de mujeres y de trabajadores que participamos en este festival, te agradecemos que con tu baile y tu canto apoyes la resistencia de abajo; nosotros, nosotras, músicos y movimientos, cancioneros y organizaciones, sonideros, pueblos y comunidades te saludamos.”
El comité organizador está integrado por 60 colectivos, con la agrupación Jóvenes en Resistencia Activa como coordinadora. Vale mencionarlos por la impecable planificación del encuentro, donde todo siguió el orden y los horarios establecidos; el ingreso y desalojo de la gente fluyó sin problemas; tenían una respuesta para cualquier duda, del público o de la prensa.
Cerca del final ya tenían algunos datos para hacer el balance del festival: asistieron 10 mil 400 personas; 250 artistas subieron al escenario; 750 personas trabajaron en la organización y la logística; no hubo incidentes que lamentar, más allá de 45 atenciones médicas por insolación o torceduras; reunieron cuatro toneladas de víveres que se repartirán entre las agrupaciones apoyadas y en los días próximos harán públicas las cuentas por la venta de boletos.
Fuente La Jornada
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